El pasado 17 de mayo, la edición digital del diario The New York Times publicaba una interesante noticia sobre el estado de los controles de calidad de la variedad de lechuga “romana”, tras las informaciones facilitadas por los inspectores federales de salud pública, según los cuales las lechugas contaminadas que habían infectado a 172 personas en 32 estados, causando un fallecimiento, habían sido completamente retiradas del mercado.

El anuncio se iniciaba con una afable llamada de atención: “Atención a los seguidores de las ensaladas Caesar: ya pueden recuperar su romance con la lechuga romana”.

Tanto la Food and Drug Administration (FDA) como los Centers for Desease Control and Prevention (CDC) habían anunciado esa semana que el peligro ya había pasado. En un tweet emitido por CDC se podía leer “la lechuga romana que se está vendiendo en este momento NO es la lechuga causante de la intoxicación alimentaria”. La FDA había enviado un mensaje similar: “los consumidores pueden estar seguros que la lechuga romana a la venta actualmente no forma parte de la intoxicación alimentaria bajo investigación”.

Durante la primavera, los investigadores de la FDA habían identificado las cepas virulentas de E. coli encontrado en la lechuga romana como originarias de la zona de cultivo de Yuma, en Arizona. La última lechuga romana recogida en esa zona lo había sido el 16 de abril y el periodo de venta de las lechugas es aproximadamente de 3 semanas. Según el CDC, el inicio del último caso de infección registrado se había producido el 2 de mayo.

Los investigadores federales estaban todavía buscando la Fuente concreta de esta cepa tan virulenta. El subcomisionado para la salud alimentaria y veterinaria informó que los investigadores estaban valorando patrones de infección — agua de abastecimiento, maquinaria de recogida, incluso los grupos de trabajadores. “Hay muchas formas de que esto pueda ocurrir. Las explicaciones sencillas no permiten explicar lo ocurrido. Hemos de buscar causas potencialmente diferentes”.

En 2006, tras la intoxicación causada por una cepa tóxica de E. coli presente en espinacas y que afectó a 205 personas en 26 estados, los investigadores hubieron de prolongar sus pesquisas durante siete meses. Finalmente, los investigadores concluyeron que la bacteria procedía del agua del río, las heces de vacas y las heces de cerdos salvajes, de una granja vacuna de California, situada a poco más de un kilómetro del campo de cultivo de las espinacas.

Durante la última intoxicación alimentaria, los investigadores de la FDA y el CDC aconsejaron a los consumidores, incluyendo a los compradores institucionales como escuelas y restaurantes, que se abstuvieran de comprar lechugas romanas, a menos que estuvieran seguros que no venían de Yuma, algo prácticamente imposible de verificar, considerando que las bolsas individuales de lechuga carecen generalmente de la trazabilidad en cuanto a su fuente y distribución.

Los expertos epidemiológicos de las dos agencias, junto con la colaboración de los agentes sanitarios estatales, entrevistaron extensamente a los pacientes, tratando de seguir la trayectoria tan difusa de las fuentes de suministro. No obstante, los analistas críticos siguen indicando que las normas sanitarias de vigilancia alimentaria, aprobadas por el Congreso en 2010, todavía tienen que implantarse por completo, dificultando los esfuerzos de los investigadores para localizar rápidamente los productos hortícolas contaminados y proceder a su retirada del mercado.

Un tweet del comisionado de la FDA vino a confirmar la realidad de la crítica sobre las reglamentaciones de vigilancia alimentaria: “Utilizaremos todo lo que aprendamos de este caso para mejorar nuestro sistema de seguridad alimentaria”.

Aunque el temor a la ensalada romana ha pasado, los amantes de la ensalada Caesar deben prestar atención: algunos huevos, un ingrediente común en la composición de las vinagretas comerciales, estaban bajo vigilancia epidemiológica en marzo y abril, en razón de una intoxicación alimentaria que había afectado a 35 personas en 9 estados.

Por otra parte, los cartones de huevos están provistos de códigos de barras y del número de la planta, lo que permite su identificados más fácilmente. Los investigadores de la FDA habían encontrado el origen de los huevos infectados en la granja Rose Acre Farms, en Carolina del Norte, que los retiró inmediatamente del mercado. Aunque es raro que los huevos infectados puedan estar todavía en su refrigerador, écheles una ojeada: los cartones de los huevos afectados tienen los números de planta P-1065 y P-1359D, y debe ser desechados, por recomendación de la FDA.