Es muy frecuente que la valoración económica del agua regenerada, tanto para usos no potables como potables, se realice mediante su comparación con los costes de las fuentes tradicionales de agua. Es lógico que la conclusión de ese análisis comparativo lleve a constatar que las fuentes “nuevas” o “alternativas” de agua tienen un coste superior a las tradicionales, como está ocurriendo con otros recursos naturales, sea la energía o las materias primas minerales, a causa de la presión demográfica (más usuarios y más usos) y la dificultad para desarrollar fuentes adicionales de esos recursos.

En el caso concreto del agua, una reflexión muy frecuente en los sectores profesionales es que las fuentes de “agua barata” se han agotado o ya no existen, y también que “el agua más cara es la que no se puede comprar”, especialmente durante episodios de escasez o sequía.

El análisis económico del agua tiene algunas peculiaridades que lo hacen más complejo de entender y gestionar que el de otros recursos naturales, como la energía o los minerales básicos. De una parte, el agua en nuestros territorios, y en muchos lugares de Europa, es un recurso natural que no tiene coste, es gratuita. El coste de disponer de agua en un lugar geográfico determinado refleja los costes necesarios para asegurar: 1) su disponibilidad en un momento determinado (embalses reguladores), 2) su calidad para el uso previsto y 3) sobre todo su coste de transporte hasta el punto de uso (distribución), asegurando su continuidad en el tiempo y preservando su calidad.

Mientras que el coste de conseguir la calidad deseada para un agua depende del nivel de calidad exigido (cada vez mayor y a partir de fuentes de agua cada vez más comprometidas), su transporte depende fundamentalmente de la distancia. El coste de distribución y suministro no distingue de calidad (sea para riego o para abastecimiento humano) y puede ser uno o más ordenes de magnitud superior al del tratamiento requerido para asegurar la calidad.

Otra faceta esencial del análisis económico del agua, que numerosos profesionales consideran como un gran reto sociológico, es que el coste nulo de este recurso natural hace que las prácticas de ahorro en el consumo de agua se traduzcan inevitablemente en un aumento del coste unitario del producto para el usuario. Por una razón muy sencilla: las instalaciones de transporte y distribución tienen una total rigidez económica y es necesario amortizarlas y mantenerlas, con una gran independencia del caudal total que circule por ellas. Todo ello hace que una estrategia de ahorro en el consumo urbano de agua se traduzca generalmente en un aumento del coste unitario del servicio de previsión de agua.

Los medios tecnológicos actuales permiten generar nuevos recursos de agua a unos precios competitivos y sobre todo con mucha mayor fiabilidad que las fuentes naturales en lugares afectados por la irregularidad pluviométrica asociada al cambio climático. El proyecto de regeneración potable GWRS, de Orange County, California, con una capacidad de 380.000 m3/día, documenta un consumo eléctrico de 1,12 kWh/m3 y un coste de producción del agua purificada de 0,40 dólares/m3, a la escala de producción de esa instalación.

La desalinización de aguas marinas es otra opción para asegurar una fuente fiable de agua de consumo humano, mediante procesos de ósmosis inversa que requieren hasta 4 kWh/m3 y pueden suponer un coste de producción superior a 0,80 €/m3. Ese notable consumo energético y la necesidad de ser coherentes con los objetivos de minimizar el consumo energético, utilizando fuentes de energía renovables con un coste asequible, plantean un gran reto para esa estrategia de provisión de nuevas fuentes de agua.

Conviene resaltar que mientras la desalinización es una estrategia “legitimada” por las autoridades de salud pública y recursos hídricos para producir agua de consumo humano, la regeneración avanzada aún debe alcanzar esa legitimación en muchos lugares del mundo, mediante la implantación de una depuración excelente de las aguas residuales y una regeneración avanzada del efluente depurado, de modo que el agua regenerada satisfaga las normas de calidad establecidas para proteger la salud pública y el medio natural. Esas prácticas ya se aplican en Windhoek, Namibia, y en Orange County, California, donde se registra una climatología similar a la de nuestras latitudes.