La sección de Shallow Waters del portal informativo QUARTZ ofrece una serie de investigaciones sobre la naturaleza de las aguas en los territorios de fronteras en tiempos de creciente escasez hídrica. En particular, el pasado 23 de agosto, el portal publicó un extenso reportaje sobre la iniciativa adoptada por la ciudad del El Paso, en Texas, sobre la reutilización potable directa del agua, bajo el título de “Una importante ciudad norteamericana comenzará a beberse su propia agua residual. Otras habrán de imitarla”.

A continuación, se presenta la traducción del citado reportaje.

Es posible que, dentro de unas pocas décadas, los residentes en zonas de escasez de agua se den cuenta de lo ridículo que ha sido dedicarse centenares de años a deshacernos de nuestras aguas residuales. ¿Nadie llegó a pensar que nos las podríamos haber bebido? La idea de un sistema hídrico en circuito cerrado, en el que el agua se bebe, se desagua, se depura y se vuelve a beber, no es nada novedoso. Se dispone actualmente de la tecnología necesaria para tratar las aguas residuales humanas hasta el nivel de calidad del agua de consumo público. Los ingenieros ambientales lo designan con el nombre educado (si no eufemístico) de reutilización potable directa. No obstante, pocas empresas públicas de agua han tenido la suficiente motivación como para probarlo entre sus abonados, teniendo en cuenta la pobre imagen de que goza esa iniciativa.

En este contexto, la ciudad de El Paso, en Texas, una tierra de escasa precipitación (es más árida que Windhoek, la capital de Namibia, uno de los países más secos del África sub-Sahariana) se ha volcado sobre la reutilización potable del agua con un celo casi religioso. Esta ciudad fronteriza, con una población de 700.000 habitantes, que comparte un río y un acuífero con la ciudad hermanada de Ciudad Juárez, en México, ha venido impulsando esta iniciativa durante décadas.

El Paso demostró a los responsables estatales que podía hacerlo, operando una instalación piloto (pdf) del proceso de purificación durante casi un año, hasta finales de 2016. Actualmente, la ciudad está tratando de conseguir las ayudas financieras necesarias para poder completar el proceso de diseño de una estación de reutilización potable; los funcionarios de recursos hídricos consideran que los trabajos de construcción podrían iniciarse en “los próximos años”, en palabras del coordinador de asuntos públicos de la empresa de aguas de El Paso. En cuestión de una década, El Paso confía en que sus residentes puedan beber agua residual regenerada. Por todo ello, la ciudad de El Paso, ubicada en medio del terriblemente seco desierto de Chihuahuan se ha colocado a la vanguardia de la tecnología del agua. En realidad, no tiene otra opción.

La ciudad de El Paso actual es irreconocible cuando se compara con la ciudad de los años 1980. En 1985, cada habitante de El Paso utilizaba una media de 775 litros de agua al día, muy por encima de la media de 425 litros por habitante y día registrada en los EEUU; desde entonces, ese consumo punta ha venido disminuyendo progresivamente. El agua era barata. Los espectaculares parterres de césped eran muy populares. La mitad del agua consumida por la ciudad era utilizada para riego exterior, humedeciendo superficies de hierba Sant Agustine en medio del desierto. Pero los niveles de agua en el Hueco Bolsón, el acuífero que permitió el desarrollo de El Paso y Ciudad Juárez descendían a un ritmo de 46 cm al año. Un informe posterior pondría de manifiesto (paywall) que el nivel del agua en el Bolsón había bajado 45 metros entre 1940 y 1999. Con un ritmo de descenso como ese, el acuífero habría sido agotado completamente en 2025 (pdf). El reto era evidente: si el acuífero se agotaba, la ciudad correría la misma suerte.

Ed Archuleta llegó a El Paso para ocuparse del puesto de director de la compañía de aguas en 1989. Había crecido en el noreste de Nuevo Mexico, en un pequeño pueblo llamado Clayton, un lugar árido donde las precipitaciones anuales eran solamente unas pocas decenas de litros por metro cuadrado superiores a las de El Paso. Consiguió su titulación como ingeniero en la Universidad Estatal de Nuevo México y se percató inmediatamente que quería trabajar en el campo del agua. A la edad de 47 años, era el subdirector de la compañía de aguas de Albuquerque, en Nuevo México, una ciudad grande y seca que había de combatir la escasez crónica de agua a causa de la sobre-explotación de sus acuíferos.

Cuando Ed Archuleta llegó a El Paso, ya estaba habituado a la dura realidad de tener que exprimir agua del desierto. Pero El Paso era un caso muy especial. En aquellos momentos, era la quinta ciudad con la mayor tasa de crecimiento, y la situación se estaba convirtiendo en desesperante. “Las previsiones indicaban que nos quedaríamos sin agua”, relataba Archuleta en estos momentos. La ciudad tejana, situada en la frontera con el estado de New Mexico, alberga una pequeña franja de un gran acuífero llamado Mesilla Bolsón. Una porción mucho más importante del acuífero está situada el otro lado de la línea divisoria con el estado de New Mexico. Cuando Archuleta se incorporó a este puesto en 1989, El Paso estaba todavía en medio de una disputa legal con New Mexico, tras la demanda judicial contra New Mexico por la que se planteaba el derecho de la ciudad a perforar centenares de pozos en el Mesilla Bolsón, al otro lado de la frontera estatal, y enviar el agua hasta El Paso, un planteamiento que finalmente fracasó (pdf).

En 2013, 24 años después, cuando Archuleta se jubiló finalmente, se había convertido en una persona muy conocida en el mundo de la planificación del agua por haber conseguido tutelar a la ciudad a través de la peor sequía anual de la historia de Texas (pdf), consiguiendo disponer de agua de reserva. En 2011, la ciudad atravesó 119 días sin precipitaciones. Pero al contrario que otras ciudades de Texas que languidecieron y hubieron de imponer medidas de emergencia para el racionamiento del agua, El Paso se mantuvo relativamente atractiva. Se llegaron a implantar algunas restricciones temporales de agua, pero de escasa relevancia. Habían anticipado la realización de las tareas más difíciles. En palabras de Archuleta al Guardian de aquellos días, “Estamos básicamente protegidos frente a la sequía”.

Lo que ocurrió en El Paso entre 1989 y 2013 ofrece material suficiente para una master class sobre cómo afrontar de forma efectiva la realidad de que cuando el agua no está restringida por unas fronteras geográficas, todos los ubicados a ambos lados de la frontera han de aprender a comunicarse entre ellos. Si alguna ciudad inevitablemente asociada a una fuente internacional (o interestatal) de recursos hídricos confía poder superar los tiempos futuros de escasez de agua dulce, convendría que leyera la historia de El Paso.

Archuleta, a sus 76 años, habla con la tranquilidad de quien es capaz de completar las tareas por la sencilla razón de que considera que sería ridículo no llegar a hacerlo. “¿Cómo lo habríamos podido hacer? Tal como he dicho, teníamos un plan y lo llevamos a la práctica”, tal como indica en la entrevista grabada en 2014.

El plan consistía en una estrategia de 50 años (su mente contemplaba una tarea a largo plazo desde que inició su trabajo en la empresa pública de El Paso) cuya componente a corto plazo podía resumirse así: En primer lugar, los abonados que utilizaban más agua que la media tenían de que pagar más por ella. En segundo lugar, los abonados cuyas viviendas tenían numeración par solamente podían regar sus jardines los martes, jueves y sábados; los ubicados en números impares lo podrían hacer los miércoles, viernes y domingos. Solamente las escuelas y los parques podían regar sus jardines durante los lunes y nadie podía regar durante el mediodía en los días de verano, algo que carecía de sentido en cualquier caso, pues la mayor parte del agua se evaporaría bajo el efecto del sol del desierto. En tercer lugar, Archuleta contrató a una flota de inspectores hídricos para que vigilaran las calles y multaran a aquellos abonados que no cumplían las normas. Si uno de estos inspectores te encontraba regando en uno de los días prohibidos, te ponía una multa. No obstante, Archuleta decidió que, si el abonado retiraba la hierba de su jardín y lo sustituía por otro de áridos, la ciudad le ayudaría a sufragar su coste.

El agua es mucho más esencial para la identidad personal de lo que se puede imaginar. Es el fundamento de muchos de nuestros comportamientos, lo que comemos, lo que compramos, la forma en que pasamos nuestros días, nuestra salud, y sin embargo continuamos usándola de la forma en que estamos habituados a usarla. Esos hábitos se adquieren prácticamente en el momento del nacimiento. Basta con privar a alguien de agua, para que se produzca una protesta, incluso si lo que estamos restringiendo es un exceso. Los residentes de El Paso eran conscientes de que vivían en un desierto, pero el agua que fluía por sus grifos era barata. Había un cierto rechazo a las limitaciones, pero Archuleta lo califica en estos momentos diciendo que “era lo que cabía esperar”. De todos modos, su perspectiva era el largo plazo, y fue por eso que se concentró en los jóvenes.

Durante los años 1980, el departamento de recursos hídricos de El Paso comenzó a visitar las escuelas para informar a la estudiantes de secundaria sobre la escasez de agua, reintroduciéndoles en el hecho de que vivían en un desierto, y explicándoles que, al igual que los animales del desierto, tenían que adaptarse a las condiciones de sequedad. Archuleta visitó los clubes Rotary, los clubes Lions y los clubes Kiwanis. Patrocinó un programa de televisión de acceso público en formato de entrevista llamado Water Matters. Fue entonces cuando apareció Willie.

“Creamos una mascota que bautizamos con el nombre de Willie — que es una gota de agua” como manifiesta Archuleta con gran naturalidad, como si hubiera sido el esfuerzo municipal más normal del mundo. La mascota se parecía más a un Humpty-Dumpty envuelto en un terciopelo azul. Con ella, visitó las escuelas locales.

El diario El Paso Times comenzó a publicar el consumo de agua registrado el día anterior, justo al lado del pronostico del tiempo. Los periodistas comenzaron a solicitar datos públicos sobre el consumo de agua y a publicar los nombres de los abonados con mayores consumos de agua en la comunidad.

Los intentos de forzar un cambio cultural tuvieron éxito. Las medidas de ahorro de agua comenzaron oficialmente en 1991; diez años después, los residentes de El Paso usaban una media de 590 litros al día. En 2017, el consumo era de 485 litros por persona y día. Aunque esa cifra sigue siendo superior a la media nacional, situada en algo menos de 380 litros por persona y día, es un referente del ahorro de agua cuando se compara con la de otros lugares calurosos y secos con unas precipitaciones medias similares, como Fresno, en California (910 litros por persona y día). El agua en el acuífero se estabilizó y los modelos desarrollados en ese momento indicaban que la ciudad dispondría de un abastecimiento estable de agua al menos durante el próximo siglo.

Al otro lado de la frontera estatal se estaba produciendo otro cambio cultural. En 1989, Archuleta decidió reunirse con sus colegas de Ciudad Juárez. El Paso y Ciudad Juárez fueron la misma ciudad hasta 1846, cuando llegaron las tropas americanas y ocuparon los territorios situados a lo largo del Rio Grande, que hasta entonces habían sido de México. Aunque las ciudades fueron divididas en dos, su fuente de suministro de agua permaneció inalterada. El Río Grande fluye entre ellas y bajo el suelo de ambas yacen dos acuíferos, el Hueco Bolsón y una parte del Mesilla Bolsón, que forman un gran embalse subterráneo del que ambas ciudades extraen enormes volúmenes de agua. Aunque los políticos han venido regularmente debatiendo sobre la forma de distribuir el agua del Río Grande entre las futuras generaciones, nadie ha hablado sobre la forma de compartir el agua situada bajo la línea de separación de los estados.

“Cuando llegué aquí, la gente desconocía la existencia de los otros usuarios en la otra margen del río”, indica Archuleta, “no había comunicación alguna, cada uno hacía lo que consideraba oportuno. En ese momento, decidí que convenía establecer un dialogo con ellos; quería saber cuánta agua estaban extrayendo; convenía que ellos supieran lo que nosotros estamos haciendo. De modo que convocamos un almuerzo”. Algunas veces nos reunimos en México, otras veces en los EEUU.

En 1999, El Paso y Ciudad Juárez firmaron un acuerdo para compartir las aguas subterráneas. Significó una colaboración transfronteriza inusual y posiblemente sin precedentes. Conviene resaltar que no existe un tratado de aguas subterráneas entre México y los EEUU, de modo que en cualquier punto en que un acuífero se extiende bajo la frontera, ambas partes extraen tanta agua como quieren.

Las dos ciudades comenzaron a compartir datos hidrológicos y El Paso incluso financió diversos estudios en territorio mejicano. Acordaron diversas medidas prácticas para el ahorro de agua, aunque el consumo por habitante y día de Ciudad Juárez era la mitad del de El Paso en esos momentos. Aunque el acuerdo no era oficial y carecía de obligado cumplimiento (solo el gobierno federal puede ratificar tratados con otros países) el acuerdo funcionó.

La nueva línea de comunicación fue más allá de la extracción de aguas subterráneas. Cuando Archuleta visitó Ciudad Juárez por primera vez, ésta carecía de sistemas de depuración de aguas residuales. “El agua residual bruta se vertía directamente al río”, comenta Archuleta. El Río Grande arrastraba el fango hacia el sur, aguas abajo de El Paso, hacia Fort Quitman, en Texas, justo en el lugar en que el caudal del río desaparece. Archuleta comenta que las gentes llamaban a esa parte del río “seca negra”. Durante los años posteriores, motivada por las mejoras en sus relaciones con El Paso y viendo directamente la tecnología utilizada por El Paso, Ciudad Juárez construyó dos estaciones depuradoras de agua (con financiación del programa de financiación conjunto del US-Mexican North American Development Bank), que fueron la primera y la segunda de la ciudad.

En la mayoría de los acuíferos, una capa de agua dulce cubre otra mucho más importante de agua salobre. Las ciudades y los agricultores extraen el agua dulce, dejando normalmente la capa inferior de agua salobre en el acuífero. El volumen de agua salobre en un acuífero es normalmente de 5 a 10 veces más grande que la de agua dulce, de acuerdo con un experto ingeniero hidráulico de la Universidad de New Mexico.

Eso representa una considerable cantidad de agua inutilizada. “De acuerdo con la oficina del interventor del estado de Texas, la cantidad de agua salobre contenida en 26 de los 30 acuíferos principales del estado asciende a 3.330 km3” según indica Seamus McGraw en su libro A Thirsty Land de 2018, “eso equivale al agua necesaria para inundar todo el estado de Texas con una capa de 4,6 m de agua”. Casi nadie utiliza esa agua, ya que costaría millones de dólares construir las estaciones de desalinización necesarias para convertir esas aguas salobres en aguas de consumo humano; sin disponer de financiación exterior, esos costes deberían transferirse inevitablemente a los consumidores el agua. Sin embargo, la gente quiere que su agua sea barata.

Las inversiones iniciales fueron el mayor reto para Archuleta. A finales de los años 1990, Archuleta había familiarizado al público, mediante sus estructuras de precios, las limitaciones en el uso de agua y las multas, con la idea de que el agua no fuera necesariamente barata, en ningún caso. “Las gentes estabán tan habituadas a abrir el grifo y obtener el agua que deseaban, que les atemorizaba un poco escuchar que era realmente un recursos finito”, explicaba el editor del diario El Paso Times al portal de noticias Grist.

Por ese motive, El Paso decidió probar la desalinización del agua. Archuleta y sus colaboradores comenzaron a incorporar a los políticos tejanos a su iniciativa. La más importante de todos ellos fue Kay Bailey Hutchison, una de los dos senadores de los EEUU en aquellos momentos, y ahora representante permanente de los EEUU en la OTAN. La senadora y Archuleta fueron a Washington para influir sobre el Congreso. En 2006, habían conseguido asignaciones de 25 millones de dólares para lo que terminaría siendo un proyecto de 91 millones de dólares. Ese tipo de asignación presupuestaria es extremadamente inusual para infraestructuras hídricas, indica la directora de comunicación de la empresa pública de aguas de El Paso. “hicieron un montón de lobbying para conseguir esa ayuda”. El resto del presupuesto vino de los recibos del agua. La base del ejército de tierra de Fort Bliss contribuyó al proyecto realizando gratuitamente una costosa evaluación ambiental, ya que ellos también necesitaban el aguas desalinizada para sobrevivir.

En 2007, El Paso inauguró la estación desalinizadora de Kay Bailey Hutchison, nombrada en reconocimiento a la mayor promotora del Congreso. Sigue siendo la mayor estación desalinizadora interior del mundo, capaz de producir 105.000 m3 al día (pdf) de agua potable a partir de agua salobre.

Entonces surgió la cuestión de reutilizar el agua residual. En los años 1980, El Paso comenzó a depurar el agua residual hasta un nivel de calidad lo suficientemente seguro como para permitir el contacto humano y después verterla en unas balsas de infiltración, desde las que se infiltraba de nuevo en el Huevo Bolsón. A medida que el agua percola a través del terreno, un proceso lento que requiere más de un año, las capas de roca y de suelo extraen progresivamente los contaminantes y el agua regenerada se mezcla con el agua subterránea contenida en el Hueco Bolsón. De este modo, cuando El Paso extrae agua de su acuífero de forma tradicional, la mezcla de ambos tipos de agua es potabilizada de nuevo antes de ser distribuida para el consumo humano en la ciudad.

El Proyecto, coordinado con el ahorro de agua de los habitantes de El Paso, ha permitido compensar el hecho de que en conjunto, Ciudad Juárez y El Paso estaban extrayendo del acuífero más agua de la que se estaba recargando de forma natural. En este momento, Texas informa que los niveles de agua en el Hueco Bolsón se han estabilizado.

Actualmente, El Paso se plantea suprimir completamente la utilización del paso intermedio de la balsa de infiltración, y utilizar la reutilización potable directa. Para contrarrestar el factor de rechazo, la compañía de aguas inició un plan de información público que comenzó en 2013, de modo similar al que Archuleta había llevado a cabo dos décadas antes. “Formamos a nuestros empleados, se hicieron visitas y hablaron con los empresarios y las asociaciones de vecinos sobre la necesidad de la iniciativa y les explicaron que la tecnología era segura. Todavía estábamos sintiendo los efecto de la sequía en aquellos momentos”, en palabras de la directora de comunicación de la empresa pública de aguas.

Los habitantes de El Paso ya se han habituado a verse como si fueran animales del desierto, listos para adaptarse a una realidad seca. En 2013, la ciudad hizo una encuesta entre sus abonados y un 84 % respondieron que estaban listos para beber el agua regenerada. En 2016, la cifra de voluntarios había llegado al 89 %.

En este momento, El Paso emerge como un modelo global sobre como crecer económicamente mientras que se ahorra agua en una región árida. Desde la inauguración de la estación desalinizadora, la empresa de aguas de El Paso indica que ha recibido visitas de gestores de Brasil, China, Iraq, Israel, Pakistán, Singapur y Sudán, todos ellos visitando Texas para aprender como extraer más agua del desierto para consumo humano. El 9 de julio de 2018, la empresa ofreció una visita organizada para representantes de Myanmar, Camboya, Laos, Tailandia y Vietnam, cinco países que dependen conjuntamente del complicado Mekong River. El departamento de interior de los EEUU sufragó el viaje, como complemento de la iniciativa que ha venido financiando desde 2009, destinada entre otras cosas a promover que los cinco países del curso inferior del Mekong colaboren en la gestión conjunta del agua que atraviesa sus fronteras.

Aunque resulte sorprendente, a fecha de hoy, sigue sin firmarse un tratado de colaboración sobre aguas subterráneas entre El Paso y Ciudad Juárez. No obstante, el acuerdo no oficial de colaboración basado en el entendimiento mutuo sigue en vigor. Los visitantes llegan hasta esta polvorienta ciudad de frontera para ver como sus habitantes lo han conseguido.

Éste es el noveno y último artículo de la serie sobre aguas de frontera y cambio climático, fruto de la colaboración establecida entre Quartz y el diario The Texas Observer. La elaboración de este proyecto periodístico ha sido posible, en parte, gracias a una ayuda de colaboración periodística concedida por el Center for Cooperative Media.